dos paseos

Era noche cerrada cuando el Laguna paró en el área de descanso de la autopista y Arturo descendió del coche.

—Esto me parece una pérdida de tiempo. Y no tenemos mucho —dijo Lidia desde su ventanilla.

—Tengo que mirar las ruedas —contestó él.

Arturo fue mirando los neumáticos uno a uno. Cuando terminó se acercó a la ventanilla de la mujer y le dijo:

—Hay una rueda casi sin aire. Seguro que está pinchada.

—¡Mierda! —Lidia miró primero su reloj, y después el enorme y desierto aparcamiento—. Pues la cambias y ya está.

—Allí parece haber un camión —dijo Arturo.

—¿Para qué quieres un camión?

—Nunca he cambiado una rueda.

—¡Joder! Yo creía que los tíos nacíais sabiendo ciertas cosas. ¿Sabes qué hora es?

—Pues ya ves, y sí, sí sé qué hora es. ¿Tienes una linterna?

—Sí, claro. Nunca salgo de casa sin el pintalabios y una linterna.

Arturo comenzó a caminar hacia el otro extremo del aparcamiento.

—No tardes, que esto da miedo —gritó ella.

—Baja el seguro.

El camión parecía abandonado. Unas cortinillas cubrían luna y ventanillas en la cabina. Arturo dio una vuelta a su alrededor y volvió sobre sus pasos.

—No hay nadie —le dijo a su acompañante.

—¿Cómo no va a haber nadie? ¿Dónde se va a ir el conductor si en esta mierda de sitio que has escogido no hay nada de nada? Seguro que no has mirado bien.

—No hay nadie.

—¿Has llamado a la puerta? El conductor estará dormido dentro.

—Ve y prueba tú. Yo voy a buscar la rueda.

—¡Genial! ¡Va a buscar una rueda en su coche! Es como un puto chiste. ¡Joder, es tardísimo! Desde el primer momento sabía que me iba a arrepentir de follar contigo.

—En el hotel no protestabas tanto.

—¡Ah, aquello era un hotel! Perdón por no darme cuenta. ¿Cómo iba a protestar si me quedé sin palabras desde que vi dónde parabas?

—Sí, un hotel de mierda que yo he pagado, para un polvo de mierda de diez minutos. Si llego a saber la prisa que te iba a entrar, lo habíamos hecho en el servicio de la oficina. Y ahora podías bajar y echar una mano, ¿no?

Lidia dejó el bolso en el asiento del conductor, salió, cerró de un portazo y se dirigió hacia el camión. Arturo abrió el maletero y revolvió en su interior. Lo cerró y buscó debajo del volante la palanca con la que abrió el capó. Lo iluminó como pudo con el mechero, pero allí tampoco estaba la rueda.

En el otro extremo del aparcamiento, el camión encendió las luces y se puso lentamente en movimiento. Arturo abandonó su búsqueda para mirar cómo maniobraba hasta coger el carril hacia la autopista. Cuando los focos traseros se perdieron en una curva, empezó a sonar el móvil de Lidia dentro del bolso. Arturo la buscó con la mirada por todo el área. Estaba desierta. Gritó su nombre. Nadie contestó.

Cogió el móvil del bolso y miró la pantalla: era el marido. Lo dejó sonar hasta que se cortó. Volvió a llamar a gritos a Lidia. Nada. A lo lejos se oía el rumor de los coches que corrían por la autopista.

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