a la biblioteca

Al llegar a mi casa y precisamente en el momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado, decidí seguirme, aunque a prudente distancia, porque nunca me ha gustado ser observado. Bajé las escaleras como siempre, de dos en dos, pero al llegar a la calle, giré a la izquierda, lo que me llenó de inquietud.

Hay que decir que mi calle tiene sólo una salida a la ciudad, que queda a la derecha según salimos del portal. En el otro sentido no hay nada, casi en el sentido más literal del término: una casa de una planta deshabitada y en ruinas desde los últimos bombardeos, y una altísima valla, que no deja ni siquiera ver más allá, cerrando la calle. La valla tenía una puerta que nunca había visto abierta. No recordaba haberme dirigido ni una sola vez en esa dirección en los meses que llevo viviendo aquí.

Me asomé desde el portal y me vi caminar con una decisión y tranquilidad que parecían indicar que esa dirección no me era extraña. Pasé por delante de los restos de la casa y me paré delante de la puerta de la valla. Del bolsillo derecho de la chaqueta saqué una llave con la que la abrí. Pasé al otro lado y antes de cerrar la puerta miré hacia la calle que quedaba a mis espaldas. Me descubrí. Me quedé paralizado, sin saber qué hacer, mientras en mi cara se dibujaba un gesto de asombro, primero, y de decepción después. Cerré la puerta y desaparecí.

No he vuelto a verme desde entonces y aunque a menudo sueño con otra vida, ahora ni siquiera estoy seguro de existir.

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